viernes, 13 de mayo de 2011

UN CORTEJO PROCESIONAL DE ULTRATUMBA.

En la época colonial los religiosos
vestían sus cucurucho.

La historia que contaré tiene relación
con la antiquísima Iglesia de Coayllo,
que fue construida en el siglo XVI

Hasta la década de los setenta
era costumbre que las mujeres
se cubrieran con velos negros
cuando iban a escuchar misa.
Las mujeres estaban cubiertas
con velos negros que las tapaban el rostro.



San Pedro de Coayllo es un distrito muy antiguo, y su Iglesia fue una de las cinco primeras que se construyeron en la Costa Central del Perú, allá por el siglo XVI. Como toda Iglesia colonial, ha sido testigo de muchos ritos religiosos, procesiones, bautizos, matrimonios, etc. La historia que contaré tiene relación con esta antiquísima Iglesia.
Este hecho aconteció un día de verano del mes de febrero, en la década de los setenta. En esos años, mis abuelos Pablo Yamacacho y Victoria Reyes cosechaban blanquillos, que era la fruta más abundante en esos tiempos en Uquira. Coincidía la época de cosecha de blanquillos con la avenida de agua en el río. Eran años buenos por lo que el caudal del río era abundante y por lo tanto, los ómnibus no pasaban a Uquira, y los que necesitábamos viajar a Lima teníamos que cruzar el río antes de que anochezca, y luego pernoctar en algún lugar de Coayllo. Los que tenían casa o familia en Coayllo no tenían problemas para alojarse; pero algunos como yo teníamos que dormir en el asiento del ómnibus del “Pirincho” o “Chamisco”.
El día que debía regresar a Lima me puse de acuerdo con mi primo Orlando Yamacacho Espilco, “Lalo”, para ir juntos a Coayllo y esperar el “Pirincho”. Yo le esperé buen rato, y como no venía y ya anochecía, decidí ir a Coayllo caminando, cruce el río, llegué al pueblo y me quedé sentado esperándole en una banca de la Plaza de Armas. Tenía la esperanza que viniera “Lalo”. Así pasó el tiempo. Ya avanzada la noche, a pesar que era verano sentí frío y me abrigué; además estaba impaciente para que pasen las horas y poder iniciar el viaje de regreso a Lima. En esa época, los ómnibus con dirección a Lima, salían a las tres de la madrugada y su paradero final era la Av. San Pablo, en La Victoria.
A eso de la media noche seguía sentado, sin que nadie apareciera y me hiciera compañía. En eso vi que las puertas de la Iglesia estaban abiertas y se miraban luces. Pensé que era una misa en honor a un santo y decidí aprovechar el tiempo participando de la misa. Al llegar a la puerta de la Iglesia pude ver de espaldas a la gente; a los varones provistos de un hábito, que terminaba en una capucha que le cubría la cabeza, las mujeres cubiertas con velos negros que le cubrían el rostro, y el sacerdote estaba vestido con hábito con capucha, pero no le pude ver la cara. Como la iglesia estaba repleta, me senté en una esquina de la última banca. Así estuve escuchando plegarias y cánticos en incomprensible latín. De pronto, la gente se levantó y salió como en procesión, llevando una caja de madera. El sacerdote iba adelante con su Biblia y unos monjes vestidos con capuchas negras llevaban cirios. Decidí seguir acompañándolos, dimos vuelta por todo el alrededor de la Plaza de Armas, y luego la procesión subió por una calle, como regresando a Uquira. Yo iba detrás de ese grupo, escuchaba murmullos de rezos y cánticos que no entendía. De pronto, tropecé con una acequia, donde hasta ahora hay una planta de higo. El cansancio hizo que ya no siguiera y decidí regresar a la fría banca de la Plaza de Armas, a esperar el ómnibus. Dicha procesión siguió con dirección al cementerio.
Miré el reloj que marcaba diez para las dos de la mañana, y de pronto vi a una señora que salía de su casa a esperar el ómnibus. La saludé y le comenté que había estado en la procesión. La señora se sorprendió mucho y exclamó: “¡Ave María Purísima¡ santiguándose muy asustada. Me comentó que en esa época no había ninguna festividad religiosa, ninguna procesión ni nada parecido. Me dijo que no era la primera vez que a alguien le pasaba algo parecido, pues lo mismo les había sucedido a otras personas, que inocentemente llegaban a Coayllo. Hubo casos de personas que habían acompañado el cortejo hasta el final, dándose cuenta de pronto que estaban en medio del cementerio de Coayllo. Algunos con mejor suerte se habían privado de miedo, y otros, por el susto, habían muerto en el acto de ataques cardiacos causados por el miedo. La señora me dijo que tuve suerte de no seguir hasta el final con el cortejo, pues me hubiera asustado mucho y quizá muerto por la impresión. Me preguntó si estaba bautizado y le respondí que si, entonces me dijo que eso me había salvado, o quizá una alma buena cercana a mí me cuidó e hizo que me tropezara para no seguir hasta el cementerio.
Como era muchacho y no me pasó nada, me asusté un poco, pero no le di mucha importancia y hasta me olvidé de este hecho. Un día, contando historias en una reunión familiar narré este hecho, quedándose muy sorprendida mi familia; algunos incrédulos me decían que lo había soñado, que era mi imaginación, etc. Sin embargo, este hecho es verídico, me sucedió a mí, y luego me han contado que a otras personas también les ha pasado lo mismo. Mis padres relacionaron este hecho con la historia de “La Cuja” que era un féretro de madera que había en Coayllo para velar y llevar a sepultar a los difuntos; con los curas que son castigados por Dios por no haber cumplido con su misión evangelizadora o por no haber hecho las misas que se les encomendó; a las penas, etc.
Luego de muchos años soy consciente que fui protagonista de un hecho inexplicable, que tiene que ver con historias de penas, aparecidos y hechos de ultratumba. En Coayllo y Uquira se cuenta muchas historias parecidas a la que me pasó a mí.


AUTOR: NICOLÁS VILLALOBOS YAMACACHO
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RECOPILACIÓN: 
VILMER Y GLADIS VILLALOBOS YAMACACHO

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